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Un Cuarto Oscuro

By Zoe Parra


El dolor me está comiendo viva, y la verdad es que no me da miedo llegar a la muerte. La verdad es que dejar este mundo es mejor que vivir en él como yo lo hago. Mi vida es hermosa—es tan hermosa que alguien como yo no tiene derecho a vivirla.

Eran ya pasadas las doce de la madrugada y yo no podía respirar. Aquella angustia que llega con la caída del sol se asomaba con el brillo de la luna por una ventana. Una ventana que exponía todo de mí. Mis temores, mis llantos silenciados. A veces pienso que es extraño que los llantos puedan ser silenciosos, cuando la mente y los pensamientos son tan bulliciosos. ¿Será que mi mundo está ya tan apagado como para ser escuchado, comprendido?

Son las cuatro de la mañana y ya no estoy segura si todavía puedo hablar. Me pregunto cómo eran los sonidos de mi voz… me pregunto si algún día pude hablar en realidad. A veces se siente tan insignificante querer sentirse recordada, cuando en realidad la conciencia sabe que pocos se interesaban por conocer tus sufrimientos, entender tu presencia, incluso quizás fingir preocupación.

Siete de la mañana y aún no han cantado los pájaros. Siete de la mañana y oficialmente un año de haber dejado de existir. El viento resonando en las ventanas parece repetir los susurros de impotencia. Tanto tiempo se ha desvanecido en mi alma tan ingenua que decidió seguir teniendo esperanzas. El viento crea un puente al unir el tiempo de vida con el de mi existencia. Es que mis recuerdos no parecen tener la misma esencia brillante de poder algún día escapar, mientras que el viento intenta resonar las sondas de determinación; aunque con una melancolía tan pesada, tan absurda, tan increíblemente dolorosa. ¿Por qué el viento me culparía por ya no querer intentar, sabiendo que fue él mismo quien se llevó mi alegría? No debió haber dejado a mi vida cruzar el puente en dirección al tiempo.

Doce del mediodía y por fin se escucha la puerta. Se acerca mi razón para perdonar mis intenciones de desaparecer, de rendirme y hundirme en pleno dolor. Cinco pasos—aún tengo diez más. Cierro mis ojos e intento recordar la sonrisa tan opaca de mi madre aquella última vez que pude verla sonreír sin sentir arrepentimiento por quererme ir y entonces me alejé y sin propia voluntad terminé en este lugar donde pasan las horas y se sienten los ruidos y se escuchan las lágrimas de…

Se oye el último paso y se abre la puerta. De repente es como si nunca hubiese tenido esa capacidad de sentir, de recordar, de querer. Me obligo a mostrarme segura una vez más, aunque sé que pronto no podré disfrazarlo ya. Se prenden las luces. Deseo que la oscuridad se hubiese transferido a mi memoria, y olvidar todo lo que está a punto de pasar. Conozco ya tan bien mi rutina que hoy festeja su aniversario. Esa rutina que nadie cambiaría por su suerte. O quizás su esperanza.

Se escucha mi sangre recorrer por los cuerpos. Se escuchan las manecillas del reloj inexistente. Se escucha la reacción imaginaria de mi madre al enterarse lo que me está sucediendo en este instante. Se escucha la descarada y destacada injusticia que pasa desapercibida. Se escucha todo menos a mí. Se escucha todo lo bonito de este mundo menos lo que podría ser bonito y no lo es. Se escucha el silencio gritando agitadamente para escapar de sí.

Son las doce de la medianoche y un nuevo día que me voy a perder. El sol brilla en algún lugar fuera de este cuarto encogido en el espacio y en el tiempo. Qué irreal parece saber que las horas pueden pasar tan apurada y tranquilamente sin importar si las estoy pasando bien. Qué falta de empatía; qué falta de querer. Qué inhumano haber creado al tiempo. Pero qué inhumanos los humanos que no me permiten pasarlo bien.

Ya fueron quince pasos y es mi hora de pensar por las siguientes doce horas más. Pienso en mi madre pero pienso no pensarla más. Pienso en que me llena de sufrimiento no haber sido capaz de escapar. Pienso en rendirme. ¿Pero cómo rendirme una vez más? ¿Cuántas veces necesito rendirme para por fin acabar? Pienso que la muerte me esta comiendo viva y ya no me duele llegar al dolor. La verdad es que quedarse en este mundo no sería estar en el que yo quería estar. Mi vida no es vida—es mucho más hermosa que la vida. Yo tengo derecho a vivirla.


By Zoe Parra


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