top of page

Aquel Humo Colorido

By Zoe Parra


Me desperté por fin de aquel sueño tan colorido y alegre. Desperté y al abrir los ojos me encontré con condiciones totalmente diferentes. Vestía una pijama colorida, sí, pero a mi alrededor no había más que madera vieja y más personas vestidas como yo. Me levanté y caminé por el pasillo macabro y abrí la puerta. Vi el jardín lleno de césped verde que se extendía tanto que no alcanzaba a ver el final. Iba incluso más allá que los grandes muros llenos de flores con espinas que rodeaban el castillo. Noté una manada de animales y regresé rápidamente a la habitación. Los animales gritaron, diciéndonos que comencemos a trabajar, sujetando sus armas y amenazándonos. Salimos todos con nuestras pijamas un poco opacas en comparación al pasto, y cada uno levantó una piedra de setenta kilogramos y empezamos a caminar.

Caminamos bajo el sol, escuchando los fuertes cantos de las aves que se oían cerca, oliendo aquel humo colorido que salía de las chimeneas a nuestro alrededor, y sintiendo en nuestra espalda latigazos y palazos cuando pedíamos agua. Quería sentarme y contemplar un momento el paisaje, pero aquellos animales nos habrían atacado; por lo que el cielo azul intenso sin nubes, las flores con espinas en los muros, y el césped brillante y húmedo eran adornos que sobraban. Sobraban porque nadie paraba verlos, o si bien alguien paraba, no duraría mucho tiempo admirando el paisaje antes de caer en un sueño profundo provocado por el canto de las aves. Finalmente llegamos a nuestro destino: una casa grande de madera oscura, en donde vivían los de sangre pura. Colocamos entonces las rocas alrededor de ella y emprendimos nuestro camino de regreso, para volver el día siguiente y repetir lo mismo pero en dirección contraria.

Llegó la hora del almuerzo. Nos sirvieron a la mesa una sopa llena de verduras, con cucharas y platos elegantes. Si bien tenía un olor exquisito, no sabía como tal. Acabamos todo porque sería lo único que comeríamos y beberíamos durante el día, pues en la cena, con suerte se lograba comer un pedazo de pan. Pasó bastante tiempo y pudimos descansar. Jugamos a las cartas y reímos, contamos anécdotas de nuestras vidas y sonreímos con nostalgia. Se oyó de repente un fuerte canto de algún ave y todos regresamos a ver un charco de sangre junto a uno de mis compañeros, quien sonreía ya no con nostalgia sino con verdadera paz. Junto a él estaba de pie uno de los animales que había llegado en la manada por la mañana, sosteniendo su arma y mirándonos con desprecio. Nos volvió a gritar y salimos todos apurados a realizar nuestros quehaceres de la tarde. Nos formamos de inmediato, por orden de lista. Esperamos que nos contaran y no seleccionen. Para ello nos separaban en dos filas. La de la derecha se quedaba entre los muros del castillo, y la de la izquierda podía salir y ser libre. Cada día esperaba que me tocara en esa fila, pero los animales tenían buen olfato y sentido y evitaban hacer lo que nosotros queríamos que hicieran. 

Terminó la selección y me tocó otro día más de trabajo mientras intentaba contemplar el castillo. Ya era de noche y me entregaron un trozo de pan para compensar que ese día no me dieron mi libertad. Me lo comí de un bocado y fui a mi habitación, subí a mi cama, me recosté y me quedé contemplando las estrellas hasta que me sumí en otro sueño colorido y alegre. 

Pasaron ciento dos días de la misma rutina, hasta que en el día ciento tres, me seleccionaron. No podía verme, pero tenía la certeza de que mis ojos brillaban. Caminé rápidamente hacia la izquierda y me formé junto con otras personas que también esperaban su libertad. Nos subieron a un carro pequeño y lujoso, donde solo había cuatro asientos. Las cincuenta y siete personas que fuimos seleccionadas aquel día nos acomodamos de tal manera que cada uno tenía su espacio. Fuimos cómodos todo el viaje de un par de horas y pudimos bajar fácilmente del carro al llegar a nuestra libertad. Miré a mi alrededor. Las montañas que sabía que estaban pero no se alcanzaban a ver desde el castillo estaban ahora tan solo a unos cuantos metros de mí. El sol que antes era tan intenso estaba cubierto con nubes que anunciaban que iba a llover. El césped seguía igual de verde y húmedo. Las aves ya casi no se oían, al menos no con tanta frecuencia. Habían casas de la misma estructura arquitectónica que las del castillo, pero menos y más grandes. Habían también menos animales, y los pocos que habían nos empujaban dentro de una habitación, mientras nos decían que era un baño de purificación para sanar todas las heridas que nos habían causado antes de ser libres.

Cerraron las puertas y todo se oscureció. Me concentré en escuchar los latidos de mi corazón, que se aceleraba cada segundo por no poder contener mi emoción. Cerré los ojos y respiré profundo. Llené mis pulmones de un elemento nuevo para mí, ya que apenas si conocía lo que respiraban las personas libres. Y así, poco a poco, me quedé dormido. Años después supe que me llevaron a otra habitación, justo enfrente, en la que me convertí en ese olor tan familiar. Sentía el calor de la protección. Entonces ya no era una pijama colorida. Entonces era aquel humo colorido que tanto anhelaba conocer. Era aquel humo colorido que finalmente me brindó libertad.


By Zoe Parra



Recent Posts

See All
An Allusion For Anderson

By Aeriel Holman Once upon a time, in the damp cream colored sand, sat two ingénues silhouetted against a hazy sun. The night has not yet risen behind them, and the scene is awash in a pearly gray and

 
 
 
The Castle of Colors

By Aeriel Holman Everyday I wonder, as I glance out the window, Who truly loves me? Who truly cares? There is no pretending for me here. I must be alone. No Knights dressed to shame the moon call to m

 
 
 
The Anatomy Of A Dream

By Animisha Saxena A cold winter sun dawned an usher of reassurance to Shanaya as cutting wind from the window sent shivers down her spine. She had opened it to let the fresh wind calm Papa’s countena

 
 
 

Comments

Rated 0 out of 5 stars.
No ratings yet

Add a rating
bottom of page